lunes, 8 de noviembre de 2010

Las tumbas

Llegó al cementerio a visitar la tumba de su madre, cuando lo sacó de su recogimiento una catarata de gritos e imprecaciones sumamente confusas.
Dirigió la vista buscando de dónde provenía aquel ruido, pero no se veía absolutamente a nadie; decidió entonces comenzar a caminar hacia el origen de los gritos.

Se acercaba cada vez mas al lugar, y distinguió muy claramente una voz que sobresalía gritando y reprochando y alguien que respondía muy quedamente.

Llegó ante dos tumbas; una magnífica, y otra pequeña, humilde, absolutamente insignificante, que solo tenía una cruz; de la habitación del primero salía un torrente de insultos, reprochándole a su vecino como había osado colocar sus huesos cerca de personaje tan importante ,rico e influyente como era él, que no estaba acostumbrado a que gente pobre, poco refinada, prescindible lo rozara siquiera.

Dijo entonces el de la pequeña tumba que no era él quien había decidido donde lo iban a enterrar, pero que dado que iban a compartir toda la eternidad, lo mejor era no reñir, porque allí estaban.

Un nuevo torrente de insultos salió de la tumba del poderoso, quien sintiendo que le faltaban el respeto, y acomodándose los huesos, (claro que tuvo que hacerlo solo, lo que lo enfureció aún mas) se dio vuelta, absolutamente seguro que al darle la espalda a su vecino demostraba su importancia, su clase, su dignidad.

2 comentarios:

  1. Caray, Estela. ¿Quiere eso decir que hasta en el cementerio hay clases?

    TRemendo relato.

    Un beso.

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  2. Yo disiento de Manel. Por fortuna la muerte igual al poderoso con el humilde. Por fortuna...
    ¡¡Esos espero!!
    Un abrazo
    Manel

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