martes, 21 de septiembre de 2010

LAS LARGAS SECUELAS DE LA REPRESIÓN

Raúl jamás se recuperó de lo que había tenido que vivir cuando hizo su servicio militar obligatorio.


Durante el día él y sus compañeros eran sometidos a un adiestramiento intensivo y generalmnete de una crueldad sin límites, sometidos a humillaciones permanentes, porque así se “hace hombre, soldado”.


Si solo hubiera sido eso, sería hoy un recuerdo lejano, y quizá hasta alguna anécdota rondaría por sus labios. Pero a Raúl le tocó hacer el servicio militar en el año 78, y recordaba las veces que los subían al camión para "levantar a los subversivos", a quienes llevaban a los centros de detención, y luego de "obtener información" para que denunciaran a otros los trasladaban y los fusilaban.


En varias ocasiones se vió obligado con sus compañeros a ver cómo tiraban los cuerpos a una fosa común; todavía recuerda que en varias ocasiones le dió la sensación de que uno de los cuerpos se movía, pero pensó que si se lo decía a sus superiores, lo rematarían, y tal vez si no lo decía y realmente se había salvado, esa persona lograría escapar.


En uno de los francos, un fin de semana, se fue a pescar a Punta Lara, en las costas del Río de la Plata; de pronto escuchó el ruido de avionetas y se escondió entre los pastizales sobre el otro costado, donde estaba la selva marginal.
Desde allí, pudo observar cómo arrojaban cuerpos atados de pies y manos a las aguas del río. Pensó en varias ocasiones en denunciar lo que pasaba, pero ¿a quién dirigirse? Cómo hacer?Si sólo tenía 18 años... Quién lo iba a escuchar?


Siempre los amenazaban que no se les ocurriera abrir la boca y no dijeran nada sobre lo que sucedía, y les decían que eran patriotas porque estaban ayudando a limpiar el país.


Hoy Raúl tiene 52 años, es un hombre destruído, que armó su familia pero también la destruyó, roba dinero en las fiestas familiares a sus propios parientes, no puede dormir, perdió todos sus trabajos, y jamás ha podido superar aquellos momentos.

EL TUCÁN MELQUIADES


Con un ala tapándose los ojos, el tucán Melquiades reflexionaba como podía hacer para salir de tamaño problema, que lo tenía sumamente preocupado y tristón.


Estaba haciéndose mayor, no cabía duda; él que siempre había sido un tucán emprendedor, que arrollaba con todos los obstáculos, ponía todos sus esfuerzos al servicio de lo que quería conseguir, y siempre lo había obtenido, y de pronto...

! se encontraba con esta dificultad que no podía superar!

Se preguntaba como podía suceder que no lograra algo tan sencillo, que había hecho toda su vida, sin pensar siquiera en ello, como algo natural.

Y ahora...esto! ¿cómo era posible?

En ese momento, se acercó su nieta al árbol en que se encontraba y levántandole el ala con que se tapaba los ojos-,le dijo:

- Desde hace unos días te observo que no logras que la pieza de comida que lanzas al aire, -como hacemos todos los tucanes- te caiga en el buche ni una sola vez, pero no tenés que estar triste....

Y dándole un beso de pico le dijo:

-!Te amo, abuelo!